Ritmo

 

Los ciclistas llegaron juntos al último kilómetro, formando pelotón. Hans y Kol iban en una moto delante de ellos, Hans conduciendo y Kol con la cámara al hombro, tomando imágenes de la carrera. Al llegar a la recta final, Hans dejó pasar a los ciclistas y Kol apagó la cámara y la recogió; las cámaras situadas en la meta se encargarían de recoger las últimas imágenes de la carrera. Los ciclistas llegaron a la meta en pelotón y el primero en pisar la línea de meta levantó los brazos, exultante de alegría.

        Hans y Kol llegaron detrás de todo el pelotón. Cuando Hans detuvo la moto, Kol se quitó el casco; tenía aspecto cansado y muy mal color.

        —No estoy nada bien, Hans. Me siento muy cansado y muy débil.

        Hans le dijo que él acabaría lo que quedaba por hacer; que fuera a casa y se metiera en la cama; que probablemente tendría fiebre y que se cuidase.

        Cuando Kol llegó a casa, su mujer, Selma, le dijo que se metiera en la cama y le tomó la temperatura.

        —Algo más de treinta y ocho. Ya sabes, donde mejor estás es en la cama. Te voy a hacer un zumo de naranja.

        Al día siguiente Selma llamó a la secretaría de los estudios donde Kol trabajaba para decir que su marido estaba enfermo. A punto estuvo también de llamar al médico, pero Kol le dijo que no, que ya estaba mejor y que pronto se le pasaría sin ayuda de médico alguno. Luego Selma salió de casa para ir a su trabajo.

        Después de salir su mujer de casa, Kol durmió durante un rato más. Luego se levantó de la cama y, en pijama, se dirigió a su cuarto de trabajo. Kol tenía en su cuarto de trabajo una mesa de mezclas y cuatro monitores. Tenía también un tocadiscos, una pletina y distintos aparatos. De un cajón en el que guardaba viejas grabaciones extrajo varias cintas de video. En las carátulas se podía leer: «El saque del tenista», «La mirada del piloto bajo el casco», «Subida ciclista», «El baloncestista y los tiros libres», «Los ajedrecistas».

        Introdujo en el magnetoscopio la cinta en la que se leía «Subida ciclista» y en los monitores aparecieron las imágenes de un ciclista. El ciclista subía una cuesta, a un ritmo bastante vivo. En la carretera no se veía ningän otro vehículo, tan sólo el ciclista en su bicicleta tomado desde distintos ángulos. Unos planos recogían sólo la mirada del ciclista, una mirada dura, que mostraba la firme decisión de continuar adelante sin parar pese al cansancio. Kol miraba fijamente la imagen del ciclista. Detuvo la imagen y buscó un disco en un armario que tenía a su derecha. Colocó el disco en el plato. Empezó a oírse una música de ritmo monótono y sombrío. Kol puso en marcha de nuevo las imágenes del ciclista. El ciclista subía cada vez más arriba, cada vez parecía más cansado pero mantenía siempre el mismo ritmo y se veía en su mirada la firme decisión de llegar hasta la cumbre. A su vez, Kol sudaba copiosamente mientras miraba fijamente las imágenes, como enajenado.

        Así estaba cuando de repente oyó el ruido de la puerta de casa al cerrarse y se sobresaltó como si lo hubieran despertado de una pesadilla. Estaba levantando, nervioso, la aguja del tocadiscos cuando Selma entró en el cuarto.

        —¿Qué? ¿Estás mejor? Mejor harías aun así quedándote en la cama.

        —Sí, pero me aburría...

        —¿Qué era esa música?

        —Nada, nada, unas pruebas que estaba haciendo.

        —Estás sudando. Te pondré el termometro. Como tengas fiebre, una sopa y a la cama, dejándote de ciclistas. ¿Entendido?

        La fiebre de Kol había llegado hasta los treinta y nueve grados. Pese a todo, cuando Selma, después de comer, volvió a salir a trabajar, Kol salió de la cama y fue a su cuarto de trabajo.

        Allí pasó toda la tarde viendo viejas grabaciones. Además de la del ciclista, estuvo viendo otras cintas. La titulada «El saque del tenista» recogía distintos saques de un jugador de tenis. Éste tiraba la pelota al aire y luego la golpeaba con la raqueta; así una y otra vez. Mientras la pelota iba hacia arriba, el jugador la miraba fijamente, mostrando su total concentración. A menudo Kol ralentizaba las imágenes por medio de los aparatos de la mesa. La cinta de «El baloncestista y los tiros libres» era semejante a la anterior; en esta cinta el jugador de baloncesto lanzaba tiros libres, muy concentrado en su quehacer. La cinta de «La mirada del piloto bajo el casco» combinaba dos tipos de imágenes: imágenes tomadas desde el propio coche en marcha e imágenes que mostraban la mirada del piloto mientras conducía. En la cinta de «Los jugadores de ajedrez» se veían imágenes de la concentración de estos jugadores. Mientras veía estas cintas Kol escuchaba una música semejante a la que había puesto por la mañana.

        Antes de que Selma llegara a casa, Kol recogió las cintas y los discos y fue a la sala de estar, a ver la televisión. Allí estaba cuando llegó Selma. Su mujer se preocupó al tomarle la temperatura: treinta y nueve y medio.

        —En lugar de bajar, está subiendo la fiebre. No es nada normal. Voy a llamar al médico para que venga mañana por la mañana.

        Pese a que Kol insistía en que no, en que ya se le pasaría sin ayuda de nadie, Selma llamó al médico.

        Al día siguiente, por la mañana, el médico ordenó a Kol que guardara cama, descansar, comer poco y ligero, etc. Pero tan pronto como se quedó solo fue de nuevo a ver sus cintas. Estuvo grabando en las cintas de video aquella música rítmica y monótona. Viendo las imágenes y escuchando la música, Kol se estremecía y sudaba, enajenado, fuera de sí.

        Al mediodía, cuando Selma llegó a casa, encontró a Kol en su cuarto de trabajo viendo las imágenes del ciclista y escuchando aquella música extraña, totalmente perturbado y empapado de sudor. Riñó a su marido recordándole los consejos del médico. Al tomarle la temperatura se dio cuenta de que no le había bajado en absoluto.

        A la tarde, Selma salió un poco antes del trabajo y estuvo hablando con Hans, compañero y amigo de su marido.

        —Sí, creo que ya sé qué imágenes serán esas del ciclista. Kol organizó esa grabación para un concurso de grabaciones especiales. Contrató un ciclista y cerró al tráfico una cuesta de nueve kilómetros. Con un par de motos seguimos al ciclista, tomando imágenes. Kol estaba muy empeñado en que en las imágenes sólo debía verse al ciclista; de ninguna manera debían aparecer las motos. Al ciclista le dijo que comezara a un ritmo y lo mantuviera... Al final llegó destrozado el pobre... Todavía lo recuerdo, sí...

        Hans recordaba también otras grabaciones semejantes que había organizado Kol, la del tenista, la del jugador de baloncesto y otras; él le había ayudado a realizarlas.

        —Kol las tomó muy en serio. Era más estricto que en los trabajos diarios normales... Bueno, es lógico, si ahora está en casa todo el día, que vea esas imágenes...

        Selma, sin embargo, continuaba preocupada. Describió a Hans cómo había encontrado a Kol al mediodía, empapado de sudor y bastante extraño.

        —¡Y apostaría a que hoy ha estado también toda la tarde viendo esas asquerosas cintas...!

        Hans prometió a Selma que, aunque aquel día no podía, al siguiente iría a hacer una visita a su amigo.

        Cuando Selma llegó a casa, su marido estaba en la cama, pero al tomarle la temperatura se asustó: casi cuarenta grados. Pese a que Kol le dijo que había pasado toda la tarde en la cama y solo se había levantado un rato a ver la televisión, Selma no le creyó. Llamó al médico de nuevo.

        A la mañana siguiente, al salir de casa Selma y el médico, Kol se levantó de la cama y se dirigió a su cuarto de trabajo. Vio la cinta del ciclista entera, con aquella música rítmica, monótona y peculiar grabada sobre las imágenes. Volvió a ver la cinta por segunda vez, totalmente extasiado.

        Luego cogió una pequeña cámara de video que tenía en casa, con un trípode, y la llevó a la sala de estar. En una esquina de la sala había una bicicleta estática y mirando hacia ella preparó la cámara y la puso en marcha. Entonces montó en la bicicleta y empezó a pedalear, a un ritmo vivo, como si se hubiera vuelto loco. Enseguida empezó a cansarse, a sudar copiosamente, pero, pese a todo, continuaba pedaleando y pedaleando, totalmente volcado en su esfuerzo, hasta que lanzó un grito agudo y, llevándose la mano al corazón, bajó de la bici. A continuación, tambaleándose, se dirigió hacia la cámara. Tropezó con el trípode y cayó al suelo, arrastrando la cámara en su caída. Allí quedó muerto.

        Aquel día Selma llevó a Hans a comer a casa. Cuando entró en la sala gritó y abrazó a Hans. Luego Hans se acercó al cadáver de Kol mientras Selma se quedaba atrás.

        —Está muerto —dijo Hans a Selma, después de dar vuelta al cadáver.

 

  © Juan Luis Zabala


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