Paseo matinal

 

Cuando Jimi Joe Rapid despertó tenía aún en los labios la colilla del cigarro que había estado fumando antes de quedarse dormido la noche anterior. Tiró la colilla al suelo y con gesto perezoso se quitó de la cara el sombrero negro de ala ancha mientras apartaba su cuerpo de las sucias y raídas sábanas de su pequeño camastro. Rascó su áspera barba de pocos días al tiempo que dejaba escapar de su boca un profundo bostezo. Echó una rápida ojeada a su desordenado cuartucho. El suelo estaba lleno de todo tipo de cosas, pero en la rápida ojeada se fijó sobre todo en el auricular del teléfono, que estaba separado y alejado del aparato. Se acercó hasta el frigorífico, situado en en una esquina, lo abrió y sacó un tazón lleno de leche que vació de un rápido trago. Se dirigió a la única ventana de la habitación y desde allí orinó mientras con el brazo izquierdo se limpiaba los restos de leche que le habían quedado alrededor de la boca. Luego, tras comprobar que su pistola colgaba de la parte izquierda de su cinturón, se agachó y cogió del suelo un cigarro y una caja de cerillas, encendió el cigarro y se dirigió a la puerta de la habitación. Abrió la puerta, miró desganadamente la desordenada estancia y salió.

        Cuando bajaba las escaleras tropezó con una señora vestida de negro, que llevaba un pan bajo el brazo. Le disparó dos tiros y la señora cayó muerta allí mismo, con la cara ensangrentada. Del bolsillo trasero de su oscuro pantalón vaquero sacó dos balas que colocó en el cargador de su pistola y continuó su camino escalera abajo cuidando de no pisar el cadáver de la mujer.

        Antes de salir del portal vio un hombrecillo de pelo blanco, vestido con un grasiento buzo, paseando por la calle de enfrente. En la mano derecha llevaba una bolsa blanca, arrugada, y en la izquierda dos botellas de vino, de tinto una y de claro la otra. Tan pronto como lo vio apuntó con su pistola a la cabeza del hombrecillo y disparó, acertando en mitad del blanco y matándolo. Salió del portal y oyó gritos histéricos y vio gente escondiéndose tras los coches aparcados, cerrando las puertas de las tiendas o corriendo con gran agitación. Apartó el cigarro de su boca, echó el humo pausadamente, metió la pistola en su cinto y enfiló una calle que comenzaba a su izquierda.

        Siguió andando tranquilamente hasta acabar de fumar su cigarro. Tras tirar al suelo la colilla examinó, con calma, los alrededores. Sacó la pistola de su cinto con la mano izquierda, la agarró con las dos manos, estiró los brazos y disparó a una chica que, a unos treinta metros de distancia, caminaba charlando con un joven. La alcanzó de lleno en la frente. La chica cayó al suelo al momento y el chico se quedó allí, paralizado, mirando a Jimi Joe y temblando de miedo. Pero Jimi Joe giró hacia su derecha con intención de seguir su tranquilo paseo matinal.

        Sin dejar de andar, había empezado a meter más balas en el cargador de la pistola cuando oyó que, a sus espaldas, un par de policías bajaban de un coche y le llamaban.

        —Estáte quieto y tira la pistola al suelo porque si no te matamos aquí mismo —le gritó uno de ellos.

        Jimi Joe se quedó quieto pero sin dejar la pistola.

        —Obedece. No estamos bromeando —oyó decir al otro.

        Entonces Jimi dejó caer la pistola, pero antes de que llegase al suelo la recogió y, rápido como el rayo, se volvió disparando un tiro a cada uno de los dos policías, aprovechando el momento de relativa tranqulidad y confianza de éstos, que quedaron tumbados en el suelo. Con cuidado, se acercó a ellos y, por si acaso, volvió a disparar un tiro a cada uno. Luego se fue tranquilamente de allí, llenando nuevamente el cargardor de la pistola.

        Unas calles más adelante se quedó mirando a través del escaparate de una pequeña tienda de comestibles. Oyó parte de la conversación que mantenían dos mujeres.

        —No sería muy agradable eso, desde luego, no quisiera yo que nos ocurriera algo así.

        —No, por supuesto. Gracias a Dios esas cosas suceden lejos y no por aquí.

        Jimi Joe entró en la tienda pistola en mano y disparó a las dos mujeres y a un niño que estaba con una de ellas. Cogió un pan, un trozo de chorizo, una tableta de chocolate y un cartón de medio litro de leche, metió todo en una bolsa y salió a la calle.

        Con la bolsa en la mano y, por supuesto, la pistola en el cinturón, se dirigió a un parque público. Al llegar se sentó en un banco y empezó a comer. Al beber el último sorbo de leche dio por terminado el almuerzo. Lanzó una mirada a los alrededores hasta que vio un anciano fumando. Sacó de nuevo la pistola y le disparó tres tiros. Se levantó y se dirigió hacia el cadáver. En el bolsillo de la camisa encontró un paquete con dos cigarrillos. Colocó uno de ellos en su boca y lo encendió con el cigarro que se le había caído al anciano que acababa de matar. Al salir del parque vio gente que corría a esconderse detrás de los bancos. Nuevamente llenó el cargador de su pistola.

        En su paseo se dirigió del parque hacia el muelle del puerto. Al pasar por delante del reloj de una oficina bancaria pudo saber que no eran aún las once y media. Tan pronto como llegó al muelle y aparecio el mar ante sus ojos, reconoció, sentado en un banco y mirando al mar, a Rick Fly Johnny, con su cazadora y gafas negras, con su fino bigote, fumando un gran cigarro puro. En silencio, y con la mano izquierda sobre su pistola, Jimi Joe se acercó a Rick Fly Johnny por detrás del banco en el que éste estaba sentado. La gente que paseaba por los alrededores miraba asustada a Jimi Joe, pero Rick Fly no se daba cuenta de nada. Cuando ya estaba a unos diez metros a esa distancia no podía errar el disparo pero quiso aproximarse más aún Jimi Joe tropezó y cayó al suelo. Al oír el ruido del tropiezo, Rick Fly se volvió rapidamente y disparó seis tiros que en un momento acabaron con la vida de Jimi Joe Rapid.

        Rick Fly Johnny se levantó y llenó el cargador de su pistola. Hecho esto, miró los alrededores hasta que vio, asomada detrás de una cabina de teléfonos, curiosa, la cabeza de un muchacho, a la que Rick Fly Johnny disparó, acertando de lleno en la frente. Del bolsillo trasero del pantalón sacó otra bala que metió en el cargador, colocó la pistola en su cinto y, encendiendo un cigarro, se dirigió tranquilamente hacia el interior de la ciudad, dejando a un lado, empapado de sangre, el cadáver de Jimi Joe Rapid.

 

  © Juan Luis Zabala


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