Dos descafeinados
Pedimos dos descafeinados
para, bajo su protección,
repasar en torno a una limpia mesalas heridas que nos había hecho la vida.
Nos tranquilizo, tibio,
el dulce fundirse del polvo marrón.
Jugando con el azúcar, fuimos pequeños dioses
en aquel inerte mundo sin riesgos.
Antes de empezar a absorber,
nos acariciamos las manos
en el vaporoso entorno de las tazas.
Todo estaba bien, estábamos de acuerdo, dispuestos.
Teníamos ante nosotros toda una vida descafeinada
que negaría la acera del otro lado del cristal.
© Juan Luis Zabala