Prólogo a la antología del cuento vasco actual

Jose Luis Otamendi

Toda antología es un crimen que necesita de palabras para ser comprensible. La presente selección incluye cuentos publicados desde 1980 hasta nuestros días, aunque alguno de ellos ha sido escrito con anterioridad. Si comparásemos nuestra cuentística de ese periodo con la de países de nuestro entorno cultural más cercano, y hablamos de Galicia, Cataluña, Francia o España, comprobaríamos que la exigüidad de nuestra producción contrasta con el vasto panorama de nuestros vecinos. Mas no es ese el cometido de este prólogo, sino el situar al lector en español de modo esquemático ante esta antología y ante la literatura y el cuento vascos en su contexto cultural.

La literatura vasca en general, y el cuento como parte integrante de ella, han vivido un dilatado y penoso proceso de vertebración, obstaculizado un día sí y otro también por la permanente coyuntura histórica de dependencia político-cultural. Una literatura en euskara de rica expresión oral y que sólo puntualmente accederá a la cultura impresa y, las más de las veces, con un claro afán de adoctrinamiento, católico y romano. Ciertamente su evolución no resulta especialmente original. Como característica distintiva cabría apuntar, quizá, una cierta letargia endémica, un llegar tarde a los movimientos y tendencias artístico-culturales en boga, así como un profundo y permanente desinterés por parte de los sectores sociales pudientes del país. Pese a ello, sospechamos que ni tan siquiera nos cabe ese dudoso privilegio, puesto que esas características son comunes a otras culturas periféricas. Es un secreto a voces, nuestra literatura adolece de pertenecer a un pueblo en peligro de extinción. No hay de qué sorprenderse, la absorción y destrucción de culturas es una constante histórica. La que estamos a punto de perder no es más que una enésima amazonia.

El cuento es un género cuyo ascenso viene unido al interés despertado por la tradición popular y oral en época romántica. El rumbo político y económico que va a tomar occidente entre los siglos XVIII y XIX traerá consigo cambios sustanciales en los gustos estéticos y literarios. Proliferarán recopilaciones y adaptaciones de narraciones populares. En lo que a Euskal Herria respecta, esa tarea recopilatoria imprescindible se dilata hasta bien entrado el siglo XX. Poe yacía en el olvido cuando nuestros abnegados folkloristas y compiladores de sabiduría popular, léase Francisque-Michel o Webster, por ejemplo, trabajaban sin descanso. Fallecidos Maupassant y Chejov, y Quiroga con la mayor parte de su obra publicada, Azkue y Barandiaran seguían haciendo acopio de retazos de nuestra maltrecha tradición oral. Poco tiene de pasatiempo burgués una literatura formulada como proyecto al hilo del fortalecimiento del nacionalismo político. No antes de la pérdida de las últimas libertades bajo los delirios jacobinos español y francés, puede hablarse de una toma de conciencia sobre el estado de aculturización en que se encuentra la sociedad vasca. Así llegamos a finales del XIX, es el llamado Renacimiento Vasco, un periodo interesante, entre reivindicativo y folklórico, en el que las diversas disciplinas literarias no lograrán aún la anhelada autonomía de los géneros, pero que servirán para difundir una incipiente conciencia nacional a ambos lados del Bidasoa. De este modo, al surgir el nacionalismo vasco organizado, aportan al mismo un activo de esperanza, la ilusión de un proyecto de futuro. Nuestra literatura seguía todavía lastrada por un romanticismo tardío y por un costumbrismo moralizante. En Europa se preparan las vanguardias, la modernidad entra en la vida de la gente a dentelladas. La narrativa moderna empieza a interesarse por lo vulgar, por lo absurdo, por lo insignificante, el vértigo y la crónica inestabilidad, la alienante disolución inherente a la sociedad industrial inducen a ello. Aquí, en el País Vasco, sólo tras los dos últimos grandes conflictos bélicos (Guerra Civil Española y II Guerra Mundial) podremos hablar de cuento moderno. La larga invernada postbélica resulta más apropiada para un realismo desencantado y un tono elegíaco menor que para exultantes cánticos patrióticos.

Entre audaces intentos por activar nuestra narrativa breve como los de Nemesio Etxaniz y Telesforo Monzon, llegamos a la década de los sesenta. A su empeño hay que sumar el de autores tan innovadores como Jean Etxepare -autor que no debe confundirse con el otro Jean Etxepare, médico y prolijo cronista de principios de siglo-, Jon Mirande y Gabriel Aresti, jóvenes escritores que publican sus cuentos en diversos medios, pero que sólo veremos reunidos en forma de libro a titulo póstumo.

En 1961 se publica Iltzaileak (Los asesinos) de Martin Ugalde, primero en el género que presenta una clara intención de unidad temática y estilística. Más tarde, en 1970, los aires renovadores adquieren mayor entidad al publicarse el libro de Anjel Lerrxundi Hunik arrats artean (De aquí al atardecer). Nuestra lengua alcanza al cuento moderno.

Un cambio sociológico profundo se opera en la sociedad vasca de aquellos años. La importante inmigración y masiva proletarización traerá consigo una remodelación social sin precedentes y un cambio en los gustos. Una nueva sensibilidad, fruto en gran parte de la formación intelectual de la juventud, abrirá paulatinamente las puertas a otras corrientes literarias y de pensamiento. La sociedad vasca se está convirtiendo a marchas forzadas en una sociedad industrializada y laica, la lucha política y social incide cada vez más en todos los campos. Buen ejemplo de ello es la organización ETA y su estrecha imbricación en el tejido cultural del país. Poco a poco se van poniendo los cimientos de lo que será el imaginario vasco de finales del siglo XX. El movimiento de las ikastolas, la enseñanza de euskara para adultos, la prensa y el libro en euskara, la nueva canción y la radical innovación en el campo de la plástica son algunos de los frentes clave de la acción cultural de los años 60 y 70. En dicho contexto se da un hecho decisivo: en 1968 la Academia de la Lengua Vasca (Euskaltzaindia) acomete la tarea de ofrecer a la sociedad un paradigma de euskara unificado válido para todos los ámbitos de la vida moderna. Un gran sentido de oportunidad histórica, claramente perceptible a posteriori, guiará tal decisión y un amplio consenso social será su mejor aval. Nos hallamos así ante una tan arriesgada como necesaria apuesta de futuro en la que la literatura será partícipe y motor. La escasez de infraestructuras técnicas y materiales por un lado, y el tener que responder constantemente a necesidades más perentorias de resistencia cultural por otro, nos sitúan ante un panorama marcado por la urgencia. Son los años de la literatura militante. La lucha contra el tardofranquismo y la casi religiosa esperanza de una inminente ruptura democrática dará alas a una nueva épica combativa de mayor interés sociológico que literario. Se publica poco, pero lo publicado se difunde, se lee y se comenta con inusitado afán. La cada vez mayor minoría culta alfabetizada es consciente de la importancia estratégica de una literatura nacional. En torno a 1970 se publican pocos libros de narrativa, la poesía es el género de más reconocida madurez y el ensayo en euskara vive una brevísima edad de oro. El cuento tiene la ventaja de la brevedad y puede acceder más facilmente a las pocas publicaciones periódicas existentes. La autonomía del cuento es muy cuestionada aún, muchos no ven en él más que el tránsito obligado que un día nos llevará a Eldorado de una pujante novelística vasca. Lo cierto es que a partir de mediados de los setenta la narrativa breve progresa.

Entre los años 75-83 se vivirá nuestra propia versión de las vanguardias. Dos autores y su entorno polarizan la mayor parte de los experimentos tanto poéticos como narrativos, son Koldo Izagirre y Bernardo Atxaga. Numerosos libros publicados en esta época escapan al convencional corsé de los géneros literarios. Se libra una dura batalla por liberar el lenguaje de las muchas ataduras que lo ceñían. Experimentación y búsqueda formal, ruptura generacional y revisión de la historia, bibliofilia y escenarios lejanos o imaginarios son algunos de los parámetros de la renovación. En 1976 Bernardo Atxaga publica Ziutateaz (Sobre la ciudad) y al año siguiente Koldo Izagirre publicará su Zergatik bai (Porquesí), libros ambos de difícil clasificación y gran osadía expresiva que, junto con las emblemáticas novelas de Ramon Saizarbitoria, abren la veda a una nueva generación de poetas y narradores. Sus planteamientos literarios son rupturistas, es patente un constante ajuste de cuentas con un pasado no muy lejano, pero que consideran ya inmovilista, aunque todo afán de ruptura quede bastante atemperado en una literatura en precario. El obviar la tradición es un lujo imposible.

Ustela (Podredumbre) y Pott (Cansancio), dos revistas literarias muy difundidas en esta época, son los más firmes baluartes de la innovación. Desde la revista Panpina Ustela (La Muñeca Podrida) se proclaman con rotundidad su limitación y su cometido "Porque es la literatura la voz del pueblo: puesto que ayuda a cambiar la sociedad, la literatura de los vascos debe contribuir a la construcción de otra Euskal Herria. Esta contribución será debil y escasa, porque la literatura, si algo cambia, cambia las sensibilidades, nada más. Los pueblos sin voz se convierten en muñecas podridas (...) Nuestro quehacer es agitar la literatura vasca enérgicamente".

Como puede verse, bajo ese tono ligeramente irredento subyace una honda preocupación ética. Ustela además de la revista editará una colección de libros de poesía y narrativa bajo el mismo nombre. Predominará en ella una prosa con fuerte carga poética, casi siempre coherente con el espíritu arriba apuntado. En la misma publicarán libros de narrativa breve, Ibon Sarasola, cuyo Jon eta Ane zigarro bat erretzen (Jon y Ane fumando un cigarrillo) se convierte en incontestable best-seller, Joxe Agustin Arrieta, J.I. Garmendia, Pello Lizarralde, Maripi Solbes y Jon Casenave. Pocos de ellos publicarán libros de cuentos más tarde, algunos escribirán novelas y poemarios, otros callan de momento, es dura la batalla que se libra y son cuantiosas las bajas.

La revista Pott, por su parte, con un desenfado underground y un malditismo más acusados contribuirá también de manera fundamental en la búsqueda de vías alternativas frente a la cultura y literatura oficiales que se están gestando. Por sus páginas pasan, entre otros, literatos de la talla de Bernardo Atxaga, Joseba Sarrionandia y Joxemari Iturralde, autores todos ellos, más adelante, de una importante obra personal. A esta generación en ciernes no le interesa en absoluto una literatura militante, reivindica, en cambio, su militancia en las filas de la literatura. Así lo expresa Jon Juaristi, componente de Pott refiriendose a aquellos años, "...la liberación de la literatura euskérica de su secular instrumentalización por instancias ajenas a la misma (Iglesia, fuerzas seculares, etc) es ya un hecho, como también lo es su relativa autonomía del proceso de normalización del euskara. La literatura vasca está hoy, por primera vez en la historia, en manos de literatos, y ello se debe en gran parte, al movimiento iniciado por Saizarbitoria y Sarasola, que llevó a su culminación el grupo Pott".

Gana en subjetivismo lo que se pierde en transcendentalismo. Aquellos jóvenes escribían sin complejos sobre los más diversos temas -más preocupados por la historicidad de su labor los del grupo Ustela, más apegados a mundos referenciales más distantes en apariencia los componentes del grupo Pott-, es la primera generación que se expresa en euskara normativo, el conocido como euskara batua, haciendo dejación expresa del propio dialecto, y el espacio urbano se adueña con toda naturalidad de sus poemas y cuentos.

Una a una, revistas literarias tales como Susa, Xaguxarra, Idatz & Mintz, Maiatz, Ttu-ttua. Kandela, Korrok, Porrot o Txistu y Tambolín se adentran con desigual fortuna por los caminos allanados por sus dos antecesoras. Dichas publicaciones y el acusado incremento de los certámenes literarios darán a conocer multitud de autores que sólo a veces verán premiado su talento con la publicación de un libro. Son años de penuria editorial en los que el lector medio puede seguir sin esfuerzo toda la producción anual. Sin embargo, el cuento vasco irá ganando en volumen y entidad conforme pasan los años. Desde 1977 se venían publicando libros de interés, tales como Gauzetan (En las cosas) de Koldo Izagirre, Aise eman zenidan eskua (Aquella mano tan fácil que me diste) de Anjel Lertxundi o Aldjezairia askatuta (Argelia libre) cuyo autor es el veterano escritor Txomin Peillen.

Del trienio 83-85 destacaría en primer lugar Narrazioak (Narraciones) de Joseba Sarrionandia, expléndida muestra del talento de uno de nuestros mayores literatos; considero también dignos de reseñar, Dudular de Joxemari Iturralde; Ilusioaren ordaina (El precio de la ilusión) de Laura Mintegi; Panpinen erreinua (El país de los muñecos) de Mikel Hernandez Abaitua; Itzalak (Sombras) de Jose Antonio Mujika, obra de gran madurez narrativa y sensible introspección de personajes; además de estos, Mayi Pelot publicó unos hasta entonces insólitos relatos de ciencia ficción bajo el título Biharko Oroitzapenak (Recuerdos del mañana), y el siempre inquieto y eficaz Anjel Lertxundi su Urtero da aurten (Cada año es este año). El lector vasco, cuyo perfil se renueva sin cesar, verá cada vez más colmado su progresivo nivel de exigencia. Se hablaba a menudo de la falta de una crítica especializada, de la incapacidad de expresar en euskara con visos de verosimilitud los más diversos niveles lingüísticos o situaciones -¿cómo hacer, por ejemplo, que un guardia civil hable en euskara en un control o en una sesión de tortura?-. Se habla también de que la literatura vasca es remisa a tratar los temas más crudos, léase violencia política, o de que el euskara unificado impregna de un cierto regusto artificial todo cuanto trata. El cuento vasco, conforme va adquiriendo una mayor agilidad en el manejo de la técnica narrativa, se encontrará más cerca de ser plural. La carencia de una crítica seria y sistematizada -salvo honrosas excepciones-, llega en cambio hasta nuestros días.

En el intervalo que va de 1985 hasta 1990 destaca sobre todo Obabakoak de Bernardo Atxaga. Tras el Premio Nacional de Literatura otorgado por el Ministerio de Cultura español en 1988, Atxaga se convierte en un fenómeno sociológico sin precedentes. Obabakoak supondrá, entre otras cosas, que la literatura moderna llegue hasta un nuevo tipo de lector habituado al relato tradicional, y el convertirse, muy a su pesar seguramente, en representante absoluto de la literatura vasca ante el mundo. En Obabakoak tiene a uno de sus más brillantes exponentes la nueva forma de costumbrismo que venía gestándose desde años atrás. Tanto en relatos anteriores de Atxaga, como en ciertas narraciones de un Pako Aristi y de Anjel Lertxundi es posible encontrar ese mismo aliento. Otro muy notable exponente de esa inclinación neorrural es el hermoso libro de Inazio Mujika Iraola Azukrea belazeetan (Azúcar en los prados), obra de gran unidad narrativa. La búsqueda de coherencia temática y formal adquiere una valoración creciente. Esa preocupación es patente asimismo en la obra Odolaren usaina (El olor de la sangre) de Mikel Antza, pero en ella las referencias se harán más tangibles y más próximas a la realidad socio-cultural contemporánea. Aunque participando en mayor o menor medida de una u otra tendencia, Juan Luis Zabala y Aingeru Epaltza, autores respectivamente de Ahazturaren artxipelagoa (El archipiélago del olvido) y Garretatik erauzitakoak (Rescatados de las llamas) discurren por caminos personales.

A partir de 1990 se afirman nuevos valores y se confirman otros. Además de las arriba apuntadas se barrunta como corriente, con sello propio un tipo de relato de hechura externa perfecta que adolece sin embargo de cierta vacuidad en lo referente a contenidos. Se trata de escritores de gran oficio narrativo casi siempre, y muy dados a la futilidad en el desarrollo de sus tramas o en la elección de sus argumentos. La más reciente cuentísrica vasca cae a veces en un feismo gratuito y en una truculencia adolescente y facilona. Ya lo decíamos al principio, no somos nada originales. Nuestro idioma se ha convertido en un continente precioso, formalmente homologable a cualquiera, que corre el riesgo de ser habitado por ánimas de dicción sublime, más propias de un arcadia desierta por desalojo, que de un país por hacer.

Otro hecho a destacar puede ser la práctica desaparición de las revistas literarias. Mas no todo es sombrío en nuestro más reciente panorama, como parcial contrapartida los vascos estrenamos con la década el diario en euskara Euskaldunon Egunkaria, el cual dedica actualmente un espacio semanal al cuento.

De la producción de este periodo merece mención expresa el último libro de cuentos de Martin Ugalde, decano de la cuentística vasca, Bihotza golkoan (Con el corazón en un puño), así como la primera recopilación de Edorta Jimenez Atoiuntzia (El remolcador), en la que se revela tan vigoroso narrador como poeta. Se publican también Kristalezko bularrak (Pechos de cristal) de Pablo Sastre y Emakume biboteduna (La mujer del bigote) de Xabier Montoia, adscribibles, en cierto modo, junto a Ugalde y Jimenez, a una narrativa apegada a la más cruda realidad socio-histórica, no siempre exenta de humor. Pello Lizarralde se muestra con voz muy personal en Sargori (Bochorno), colección de cuentos fronterizos donde se ralentizan el tiempo y el espacio. De Arantxa Iturbe ve la luz Ezer baino lehen (Antes que nada), recopilación de relatos frívolos en su aspecto externo; y, por último Juan Garzia con su Itzalen itzal (Sombra de sombras), segundo libro de relatos, en el que se plantea un ambiguo juego de sombras, un alambicado y algo decadente ejercicio intelectual con dosis de ironía, imaginación y de ejecución impecable.

De no ser tan estrecho el marco prefijado por esta antología o tan interesado el espíritu que la ha guiado, además de autores excluidos ya citados en este prólogo podrían completar perfectamente la nómina de antologados otros de ausencia seguramente inexplicable para muchos. Recuerdo la mano narrativa de algunos de ellos, la de la tenaz Arantxa Urretabizkaia, la siempre fresca y prolífica narración de Xabier Mendiguren Elizegi, la agudez de Andoni Egaña, la inmediarez de Hasier Etxeberria, la perfección de Karlos Linazasoro, la fluidez de Jesus Mari Mendizabal, la sarcástica brevedad de Josu Unzueta y la seguridad de Gotzon Garate. Su ausencia es imputable a mi voluntad, la de el resto a mi ignorancia y a causas de fuerza mayor (La no inclusión de Bernardo Atxaga y Xabier Montoia en esta antología responde al deseo expreso de los autores, quienes han aducido motivos de distinto orden).

Ya sé que toda antología peca de injusta. Partiendo de esa premisa, desde un principio decidí guiarme por mi gusto personal. Me impuse criterios metodológicos que servirían para encubrir mi pereza, ya que se me hacía tarea de titanes el analizar de forma exhaustiva toda la producción desperdigada por infinidad de publicaciones. Así pues, establecí los siguientes criterios antes de ponerme manos a la obra: la antología debía incluir a autores vivos y cuentos relativamente recientes, publicados entre 1980 y1995; mi objeto de estudio se reduciría sólo a las recopilaciones de autoría individual; a ser posible evitaría los relatos extensos, pues tenía que ajustarme a un máximo de páginas concretado en diecisiete autores; y, pese a lo sesgado de mis preferencias literarias, deseaba dar una visión moderna, plural y rica del cuento en euskara.

El cuento y la literatura vasca miran con esperanza e inquietud al futuro, su destino está indefectiblemente unido al de este país. Nuestra lengua, nuestra cultura subsiste en precario, sufre duros embates externos, y sobre todo sutiles ataques intestinos que persiguen condenarla al ghetto y a la exhibición folklórica. Seguramente nunca habrá sido tan acusada como hoy nuestra dependencia cultural, y al mismo tiempo nuestra cultura se presenta hoy más dinámica y vital que nunca. Nos debatimos entre el canto del cisne y la toma del palacio de invierno. Toda realidad viva es compleja y precisa del motor de las contradicciones.

Jose Luis Otamendi

Agosto de 1996

© Jose Luis Otamendi


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