Literatura, nacionalidades
y autonomías

 

Ramón Buckley

 

      El planteamiento político de las autonomías, al que estamos en estos momentos asistiendo, va a plantear irremisiblemente otro tema que la crítica literaria española ha venido soslayando durante años. Se trata de lo que podríamos llamar la autonomía literaria. En efecto, de nada serviría una reivindicación política si no va acompañada de una reivindicación de tipo cultural. Es más, la reivindicación cultural suele ser la fuerza motora que impulsa la reivindicación política. Así ocurrió al menos en Cataluña, donde el nacionalismo de Prat de la Riba, de principios de siglo, no es más que la última consecuencia de una reivindicación cultural que se inicia con la Reinaxença, a mediados del siglo pasado. Asistimos ahora a un despegue del fenómeno nacional y regional en toda España, sin que este despegue de tipo político haya sido debidamente impulsado por un movimiento cultural anterior. Apenas ha conseguido dar sus primeros pasos el Instituto Castellano-Leonés, de reciente creación, cuando ya los parlamentarios mesetarios se están reuniendo para elaborar el estatuto de autonomía... Así, la autonomía se va a construir un poco en el aire, sin que el pueblo castellano haya sido debidamente alertado, sin que el sentimiento nacionalista haya echado raíces en el alma popular.

      No es necesario señalar quién es el máximo responsable de esta situación. El régimen anterior no concebía otro centro cultural para el país que el de Madrid, con sucursales en Barcelona y Bilbao. Pero lo curioso es que esta idea —la de que en España había una cultura fundamental, la castellana, y dos mini-culturas, la catalana y la vasca, con un posible apartado para la gallega— era patrimonio no sólo de Franco y su gente, sino también de la mayor parte de la intelectualidad de entonces, y casi me atrevería a decir que también de ahora. Y aquí empiezan los quebraderos de cabeza. Porque si en España hay sólo cuatro culturas, ¿cómo se concibe que en estos momentos haya en estudio al menos ocho autonomías? ¿Es que cada autonomía va a tocar a media cultura?

      No sirven ya los remedios y las explicaciones coyunturales. Ha llegado el momento de replantear el fenómeno cultural en nuestro país. De una forma o de otra, nosotros, los que nos ocupamos en estas (nunca mejor dicho) faenas, también habíamos participado en la interpretación «oficialista» de España, olvidando lamentablemente la realidad del país. Lo cierto es que entre la interpretación franquista y la interpretación de los intelectuales sólo había una diferencia de matiz: todos creíamos en las cuatro culturas de España, con la única diferencia de que Franco insistía en que la fundamental era la castellana.

      ¿Cómo fue posible esta monstruosa equivocación? A mi modo de ver, el error nace al creer que idioma y cultura son términos inseparables. En España hay, efectivamente, cuatro idiomas, pero eso no quiere decir que haya, necesariamente, cuatro culturas. Tal como nos enseña Manuel Alvar, cada idioma no es más que un conjunto de dialectos, o hablas particulares de cada región, y cada dialecto no es más que el conjunto de muchos idiolectos o hablas particulares de cada persona. Sobre este conjunto de idiolectos, sobre este conjunto de dialectos, se construye un idioma, que es la lengua, oficial o no oficial, de un país. Un idioma, por tanto es una creación artificial y no real; se trata, en realidad, de una normativa. Un escritor, al escribir, no recurre a esta normativa, sino que recurre al habla que habitualmente se emplea en la región en la que vive, dialecto, y al habla que él mismo emplea como persona y que va elaborando como escritor, su idiolecto.

      Cada región, o cada nación, según el caso, tiene, por tanto, su propia habla dialectal, y esta habla genera, o ha de generar, su propia cultura, y esta cultura comprende desde las danzas y las canciones más primarias y primitivas, hasta la más sofisticada creación literaria. Así, las canciones campesinas de La Fanega o las novelas de Miguel Delibes son expresiones igualmente válidas de la cultura castellana actual. Puede ocurrir, como de hecho ocurre en Cataluña, País Vasco y Galicia, que se hable más de un idioma. En el caso concreto de Barcelona, si nos atenemos a los estudios de Badía Margarit, se hablan indistintamente dos idiomas, que en sus fondos dialectales son el catalán-barcelonés, y el castellano-barcelonés. Por tanto, en Barcelona se dan dos culturas, o si se prefiere, dos subculturas, que, entre ambas y al 50% forman la base de la cultura catalana actual. Tan catalán es Juan Marsé como Merce Rodoreda, por la sencilla razón de que ambos se valen de dos hablas perfectamente identificables en la Barcelona de hoy. Todos los catalanes deseamos, por supuesto, que la población de Barcelona sea, en un futuro, monolingüe. Pero si aceptamos las conclusiones de Badía Margarit en su conocido estudio, debemos aceptar también que el bi-lingüismo barcelonés ha dado lugar, en estos últimos años, a un bi-culturalismo, que legitima tanto las obras de la Rodoreda como las del chorizo Juan Marsé. Todo lo demás, y hablo no sólo como catalán, sino como catalanista, me parece de un chauvinismo imperdonable.

      En el País Vasco la burla es, si cabe, más sangrante. Por razones de todos conocidas, la lengua vasca, de raíz campesina, no ha logrado aún una clara supremacía en los centros urbanos del país. Se mantiene aún, esperemos que por muy poco tiempo, a niveles de cultura primaria. ¿Quiénes son, hoy por hoy, los escritores que nos puedan dar la clave sobre lo que en realidad es el País Vasco? Sin duda, en el terreno de la ficción, Raúl Guerra Garrido y Ramiro Pinilla son los máximos exponentes de la literatura.... castellana. No figuran estos autores en manuales de literatura vasca, sino en manuales de literatura castellana, al lado de Miguel Delibes o de Francisco Umbral. Y, sin embargo, el castellano de Guerra Garrido o de Pinilla poco o nada tiene que ver con el de los escritores castellanos con una sintaxis y un léxico muy definidos, se trata de un castellano-vascuence. ¿Por qué nos empeñamos en clasificar a estos escritores como castellanos si son, muy claramente, escritores vascos? Y son vascos, no ya en razón de su lugar de origen o de residencia, ni siquiera en razón de la temática de sus novelas, sino precisamente en razón del lenguaje mismo de sus novelas.

      El problema se reduce, en el fondo, a aceptar el castellano en todas sus variedades dialectales, y en establecer, de una vez para siempre, que cada una de estas variedades ha generado y genera un hecho cultural específico. El castellano es el sustrato lingüístico de buena parte de los pueblos de España y de Hispanoamérica. Pero sobre esta base común, cada pueblo, cada región y cada nación ha moldeado el mismo idioma de formas distintas, dando lugar a culturas distintas. El castellano, precisamente por haberse universalizado, ya no es patrimonio exclusivo de nadie.

      Al releer estas cuartillas me ha entrado una cierta sensación de sonrojo. Sonrojo de tener que escribir tal como hablaba Perogrullo. ¿Por qué se nos han ocultado estas verdades tan palmarias? O, más grave aún, ¿por qué nos las hemos ocultado a nosotros mismos? El pastel de España, que tan ricamente nos habíamos repartido en cuatro porciones, y ahora resulta que son ocho, diez o doce los invitados... ¡Qué pena!

 

El País, 1978-01-22

 

 

 

© Ramón Buckley

 

 

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